Reflexión espiritual sobre Mateo 9:1–8
Queridos hermanos en Cristo,
El Evangelio de este domingo nos presenta una escena profundamente conmovedora: la curación del paralítico en Cafarnaúm. Pero más allá del milagro físico, lo que resplandece es la fe viva y auténtica, tanto del enfermo como de quienes lo llevaron ante el Señor (Mt 9,1–8).
El paralítico, incapaz de moverse por sí mismo, se abandona con humildad y obediencia en manos de sus hermanos. Ellos, movidos por el amor y la fe, no se limitan a ayudarlo: superan el obstáculo del gentío y, con ingenio, abren el techo de la casa donde Jesús predicaba para descender al enfermo ante Él. Y el Señor, viendo la fe de todos ellos —del paralítico y de sus portadores—, no necesita más pruebas. Actúa con poder divino, haciendo lo que ningún hombre podía hacer.
🩺 Pero el milagro no se limita a la sanación física. Cristo, como verdadero médico de las almas y de los cuerpos, sana primero la raíz del sufrimiento: el pecado.
“Hijo, tus pecados te son perdonados.”
Y luego, para que todos crean, le devuelve también la salud corporal:
“Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.”
Así, el Señor ofrece una curación completa, integral, que abarca cuerpo y alma.
👥 Y aún hay un tercer milagro: el asombro del pueblo. La multitud glorifica a Dios, reconociendo que ha dado tal autoridad a los hombres. Esta frase puede entenderse de dos maneras:
- Que glorifican a Dios porque, a través de Cristo —a quien veían como hombre—, se manifiesta el poder divino, revelando que Él es también Dios.
- O que glorifican a Dios porque, por medio de Cristo, ha dado a los hombres (como los santos) el poder de sanar, como cantamos en sus himnos:
“Gloria a Cristo que te glorificó, gloria al que obra por ti toda sanación.”
😔 Sin embargo, hay un milagro que no se realiza: el de convencer a los escribas presentes. No porque el Señor no lo quisiera, sino porque ellos no lo deseaban. Encerrados en el legalismo, no podían aceptar que “el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados” (Mt 9,6). Aunque fueron testigos de muchos milagros, su corazón permanecía cerrado. Porque, como sabemos, ningún milagro puede imponerse sin la fe y el consentimiento libre del hombre. Dios respeta profundamente nuestra libertad.
💭 Por eso, hermanos, preguntémonos con sinceridad: ¿Qué tipo de fe tenemos? ¿La fe genuina y humilde de los que glorificaron a Dios, o la fe hipócrita de los escribas, que se negaban a creer incluso ante las evidencias? Los escribas no mostraban ni humildad ante Dios ni amor por el prójimo. No se alegraban por la sanación del paralítico, porque su corazón estaba endurecido.
San Pablo nos exhorta:
“Que el amor sea sincero. Aborrezcan el mal y aférrense al bien” (Rom 12,9).
Esto implica dos cosas: rechazar el mal, incluso el que habita en nosotros, y practicar el bien con fidelidad. Así venceremos el mal con el bien (Rom 12,21).
🕊️ Solo con una fe auténtica y un amor sin hipocresía podremos superar nuestras propias parálisis —espirituales, emocionales, comunitarias— y contribuir a la sanación del mundo. Que nuestra fe no sea de palabras, sino de obras. Que nuestro amor no sea fingido, sino verdadero. Y que todo lo que hagamos sea para gloria de Dios y salvación de todos.