En el principio era el Verbo. (Jn 1,1)
El Verbo, o la Palabra razonable, con sentido, existía en el principio. Esto se refiere a la naturaleza divina de nuestro Señor Jesucristo.

¿»En el principio» – se refiere, hermanos, a algún comienzo del Verbo de Dios? ¿O a alguna fecha temporal del nacimiento del Hijo de Dios por parte de Dios Padre? De ningún modo. Porque el nacimiento del Hijo de Dios no puede tener ni fecha ni comienzo, ya que el tiempo es una condición solamente del mundo transitorio, y porque no alcanza al Dios eterno ni condiciona en absoluto nada en Él.

¿Puede separarse el resplandor del sol, y que el sol siga siendo sol? ¿Puede separarse la mente del hombre, y que el hombre siga siendo hombre? ¿Puede separarse el dulzor de la miel, y que la miel siga siendo miel? No puede.
Con aún mayor razón no se puede imaginar a Dios separado de su Verbo, de su Palabra razonable, de su Sentido, de su Sabiduría – al Padre eterno separado de su Hijo coeterno.

No se trata, hermanos, aquí del comienzo del Hijo de Dios a partir del Padre, sino que se trata aquí del comienzo del inicio de la historia de la creación del mundo y de la salvación del hombre. Ese comienzo está en el Verbo de Dios, en el Hijo de Dios.
Él inició tanto la creación del mundo como su salvación.

Quienquiera que desee hablar sobre la creación del mundo visible e invisible o sobre la salvación del género humano, debe comenzar con el Principio.
Y ese Principio es el Verbo de Dios, la Sabiduría de Dios, el Hijo de Dios.

Es como si alguien contara un acontecimiento ocurrido con una barca en un lago, y comenzara así: “en el principio estaba el lago, y se posó sobre él una barca blanca…” Ninguna persona sensata entenderá las palabras “en el principio estaba el lago” como si el lago hubiese sido creado el mismo día del acontecimiento con la barca.

Así también, nadie razonable debe entender las palabras del Evangelista “en el principio era el Verbo” como si el Verbo de Dios hubiese salido de Dios en el momento en que empezó el acto de la creación del mundo.

Así como el lago existía desde hacía miles de años antes del evento con la barca, así también el Verbo de Dios existía por toda la eternidad antes del comienzo de la creación.

Oh Hijo de Dios, coeterno al Padre y al Espíritu, ilumínanos y sálvanos.
A ti la gloria y la alabanza por los siglos. Amén.

Fuente: «El Prólogo de Ohrid»