¿Cuáles son las experiencias de gracia que puede recibir el cristiano, para que su fe y su vida espiritual no se conviertan en una mera formalidad? La gracia de Dios no es algo exterior ni distante: es ante todo una iluminación interior, mediante la cual el creyente, por medio de la fe en Cristo, descubre el verdadero sentido de su existencia. Siente que esta fe lo reconforta, le da paz y lo orienta. Cuando experimenta la fe cristiana en lo profundo de su ser, ha comenzado a vivir en la gracia divina. Dios deja de ser una noción abstracta y se vuelve presencia íntima y transformadora.
Una primera experiencia de esta gracia ocurre cuando el hombre escucha la suave voz de Dios en su corazón, llamándolo al arrepentimiento. Esta voz interior, que lo convoca a cambiar de vida, es ya una visita de la gracia divina. Durante los años que vivió alejado del Señor, nada comprendía verdaderamente. Pero al arrepentirse y confesarse por primera vez con sinceridad, su alma experimenta una paz profunda y una alegría desconocida. Entonces exclama: “Me siento aliviado”. Ese alivio es la gracia de Dios que consuela al alma contrita y arrepentida.
Las lágrimas que brotan durante la oración, el arrepentimiento o la confesión no son simples expresiones emocionales. Son lágrimas santificadas por la gracia divina. Son alivio para el alma, y el cristiano reconoce en ellas un don celestial. Cuanto más se arrepiente y ama a Dios, más sus lágrimas se transforman: ya no son solo lágrimas de arrepentimiento, sino lágrimas de amor divino. Estas son superiores, pues expresan una comunión más profunda con el Señor, y constituyen una experiencia más elevada de Su gracia.
Cuando nos acercamos a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo —tras el arrepentimiento, la confesión, el ayuno y la preparación espiritual—, lo hacemos con reverencia y temor de Dios. ¿Qué sentimos después de participar de la Santa Comunión? Una paz que inunda el alma, una alegría espiritual que ninguna cosa terrenal puede igualar. Esto también es una experiencia viva de la gracia divina.
A veces, durante la oración personal, en el culto divino o durante la celebración de la Santa Liturgia, sentimos una alegría indescriptible, que no tiene origen en causas humanas. Esta sensación también es una visita de la gracia divina: Dios se manifiesta discretamente, elevando el alma con Su presencia silenciosa.
✨ La Experiencia Suprema: La Luz Increada
Sin embargo, hay experiencias aún más elevadas. La más sublime es la visión de la Luz increada. Esta fue la luz que contemplaron los discípulos del Señor en el Monte de la Transfiguración. Vieron a Cristo resplandecer como el sol, con una luz celestial y divina —no creada ni material como la luz solar— sino la Luz increada, la luz de Dios mismo, la Luz de la Santa Trinidad.
Aquellos que se purifican completamente de las pasiones y del pecado, y oran con un corazón sincero y puro, pueden ser dignos de recibir esta visión. Esta es la luz que brilla en la vida eterna, y no solo será contemplada en el Reino venidero, sino que, en ciertos casos, ya se manifiesta aquí y ahora. Rodea a los santos, los ilumina y los santifica. Aunque nosotros no la vemos, los corazones limpios sí la contemplan.
El halo que se representa alrededor de los rostros de los santos no es una invención artística: es símbolo de esta luz increada, la irradiación de la Trinidad Santa que les ha transformado.