Se podría decir que todo lo que necesitamos sentir ahora al inicio de la Semana Santa, para tenerlo presente y ser ayudados a hacer lo que debemos hacer, todo esto lo encontramos en el primer tropario de alabanzas del verso del Lunes Santo. El autor del himno tiene en mente las palabras relevantes del Señor, que dijo a sus discípulos, cuando subía de Jericó a Jerusalén por última vez. Pero el escritor de himnos también encuentra todo esto como experiencias dentro de la Iglesia y él mismo es partícipe de estas experiencias.

Dice este tropario: “Cuando el Señor llegó a la pasión voluntaria, dijo a los apóstoles en el camino: he aquí subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre es entregado, como de él está escrito”. Se refiere, pues, a este acontecimiento de la ascensión del Señor de Jericó a Jerusalén por última vez, cuando llega a la Pasión voluntaria, y dice las palabras del Señor: “He aquí que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre es entregado, como está escrito acerca de él”.

El escritor del himno luego nos exhorta: “Caminemos con él, con mentes purificadas, santiguémonos y muramos por él a los placeres de la vida, para que podamos vivir con él y escuchar su voz”.

El autor del himno nos exhorta a acercarnos y no solo ver de lejos la Pasión del Señor, a ver de lejos al Señor sufriente. Él no solo nos insta a que vayamos a los templos y cantemos todos estos himnos, si se quiere, para disfrutarlos, para inspirarnos y hacernos felices. El autor del himno no se detiene allí, sino que continúa y dice que también nosotros “con el intelecto purificado acompañamos y cruzamos y morimos por los placeres de esta vida, para que también podamos vivir con él”.

Necesitamos con nuestro corazón prestar atención a las palabras una por una, las frases una por una, los significados uno por uno. Los significados contenidos en las palabras, contenidos en las frases, en los tropos, en toda la secuencia, contenidos en todo el evento, en el que el Señor está presente. El Señor que nos amó, el Señor que condescendió, el Señor que no solo nos dijo algunas cosas buenas, no solo nos dijo: Esta es la verdad, quien lo hace, quien no se deja sufrir las consecuencias, sino el Señor entra en el camino que tenemos que cruzar y nos invita a pasar.

El Señor no está de afuera, el Señor no está de lejos, y tampoco quiere que veamos de afuera y de lejos. Pero el Señor entra en el camino que todo hombre debe seguir, el camino que el hombre debe pasar, el hombre pecador. Porque todo se hace por el pecado, todo se hace para que el pecado muera.

El Señor entra en este camino que es nuestro propio camino y nos llama no sólo en el sentido de que también nosotros debemos animarnos a recorrer este camino, sino que nos llama a acompañarlo, a empatizar con Él.

“Mirad que también nosotros, con la mente purificada, lo acompañemos y nos santiguemos y muramos por él a los placeres de la vida, para que también podamos vivir con él y escuchar su clamor; no a la Jerusalén terrenal por causa del sufrimiento, sino Subo a mi Padre y a vuestro Padre y a Dios yo y vuestro Dios, y os elevaré a la Jerusalén de lo alto, en el reino de los cielos”.

Por un lado están las cosas terrenales, están las cosas humanas, la Jerusalén terrenal, todo lo que la gente hace al Señor y todo lo que la gente hace a la gente y al pueblo de Cristo. Pero el Señor no se detiene y llega a donde quiere ir y también conduce allí y todos aquellos que lo seguirán se cruzarán en el camino del Señor, y por lo tanto vivirán con él y se encontrarán. A todos estos los elevará, como dice, “a la Jerusalén alta, al reino de los cielos”.

Hacia allí debe dirigirse nuestra alma. Esto de desear, esto de querer, nuestro Señor, porque uno puede cometer este error, pedirle al Señor solo para estar cómodo. ¡No! Buscamos al Señor, nos refugiamos en el Señor, nos solidarizamos con él, nos encontramos con el Señor, para que podamos subir a la Jerusalén alta, al reino de los Cielos desde aquí, desde esta vida. No es que el Señor nos prometa la Jerusalén celestial, alta, el Reino de los Cielos, nos lo hace gustar desde aquí. Su muerte hizo morir a la muerte y resucitó y abolió la muerte.

Y mata el pecado en todos y resucita a todos y uno es realmente resucitado y realmente gusta esta vida de la Jerusalén alta, uno gusta la vida del Reino de los Cielos y siente que es un ciudadano de este Reino.

Espero, humildemente, que Dios haga en nuestra alma lo que sabe y quiere y es capaz de hacer, para que suceda en nosotros este milagro.

 

Del libro: P. Simeon Kragiopoulou “Stavroanastasima”, 2ª edición, Panorama Thessaloniki 2003, p.62 (extractos).