En la vida espiritual necesitas un guía, por un lado porque eres ciego. Adónde vas; Crees que puedes, pero estás indefenso. Te desesperarás fácilmente, te decepcionarás. Con la guía te humillas, te cortas la voluntad, lo que quiere decir que el precorte vendrá, sólo cuando a Dios le plazca. Por otra parte, porque -sobre todo- veis que este es el camino seguro de salvación: la obediencia.
Pocas almas encuentran este camino correcto. Debemos estar convencidos de que Cristo enviará a un hombre para guiarnos y ayudarnos a tener éxito. Ciertamente mostramos buen humor, pero no que nos rindamos a Cristo, que se haga su voluntad, nos pertenecemos a nosotros mismos. En obediencia, el Señor te descubre lentamente y ves tu oscuridad. Esto te asusta. ¿Estás expuesto de tal manera que ver tu desorden te hace sentir perdido? Di “Señor Jesucristo, ten piedad de mí” y no tengas miedo.
Si entiendo bien, hermanos míos, la mayoría de los cristianos de hoy tenemos una gran necesidad, una necesidad absoluta de clamar “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”, porque en el fondo estamos espiritualmente ciegos. Si nuestra alma no está abierta para que venga Cristo, la luz de Cristo, su gracia, es decir, para sentir que Cristo nos encontró, nos iluminó, nos abrió los ojos, estamos ciegos. Y el punto es de nuestro corazón, con mucha fe para decir estas palabras.
No pocas veces perdemos tales oportunidades, que podríamos clamar -como le fue dada a este ciego del pasaje evangélico (Lc 18,35-43), allá en Jericó, por donde pasaba Cristo, y él gritó y recibió la cura de. Y es una vergüenza ser cristianos durante tantos años y permanecer espiritualmente ciegos, víctimas de nuestro establecimiento y de nuestra situación.
De los libros: p. Simeon Kragiopoulou (†), “Spiritual Messages 2018”, p. 93, y “Spiritual Messages 2019”, p. 362.