Los espíritus malignos libran una guerra implacable contra nosotros para alejarnos de la conducta evangélica, la humildad no cristiana, el éxtasis y la teoría espiritual, para evitar que nos liberemos del yugo de las pasiones y nuestra resurrección, para mantenernos en la ceguera, la esclavitud y la muerte. En esta guerra derraman toda su malicia natural y toda su astucia natural. Y llamo naturales a su maldad y astucia, no porque estén hechos de ellas. ¡No! Los malos espíritus se hicieron buenos, ajenos al mal. Sin embargo, con su caída voluntaria, se familiarizaron con el mal y se volvieron ajenos al bien.

Los espíritus malignos actúan contra nosotros, primero, por cálculos, segundo, por imaginaciones y, tercero, por contacto directo. Podemos percibirlos y estudiarlos a partir de sus acciones, ya que hay muchas referencias relevantes en la Santa Biblia.

El Evangelio nos informa que el diablo primero puso en el corazón de Judas Iscariote la idea de traicionar al Dios-Hombre (Jn. 13:2) y luego entró en él por completo (Jn. 13:27). Del Evangelio también sabemos que Judas tenía inclinación a la avaricia (Jn 12, 6) y, violando los mandamientos del Señor, satisfizo su pasión bajo la apariencia de cuidar a los pobres. El diablo aprovechó la avaricia de Judas para presentarle la idea de la traición. Y cuando el discípulo de Cristo adoptó la sugerencia diabólica, decidiendo llevarla a cabo, entonces el maligno lo venció por completo. “Satanás entró en él”, dice el bienaventurado Teofilacto, “entró, es decir, en el interior de su corazón y tomó posesión de su alma. Antes lo turbaba desde fuera con la pasión de la avaricia.

Es terrible estar de acuerdo con el pensamiento del diablo. Después de tal acuerdo, Dios se aparta del hombre y éste se pierde. Así sucedió con Ananías y Safira, quienes, como dicen los Hechos de los Apóstoles, por sugerencia del diablo decidieron mentir al Espíritu Santo, e inmediatamente después de su iniquidad cayeron muertos. Son típicas las palabras del apóstol Pedro a Ananías, antes de que éste muriera: “¿Por qué, Ananías, dejaste que Satanás se apoderara de tu corazón? ¿Por qué mentiste al Espíritu Santo?…” (Hechos 5:3).

Que el demonio combate también al hombre con la imaginación es evidente por las tentaciones a las que sometió al mismo Dios-Hombre. “Él le mostró”, dice, “todos los reinos del mundo en un momento” (Lc 4, 5). Esto significa que Él se los mostró en la imaginación. Nuestra mente tiene la capacidad de pensar y la capacidad de imaginar. Con el primero comprende las cosas y con el segundo forma en sí mismo sus imágenes. El diablo, por lo tanto, usa la primera para someter a nuestra mente cálculos pecaminosos y la segunda para imprimirle falsas representaciones. “El niño pequeño y por lo tanto demente”, escribe el santo Hesiquio, “cuando ve a alguien haciendo trucos teatrales, se complace y lo sigue fuera de la acacia. Así también nuestra alma, porque es sencilla y buena -porque fue creada por el buen Dios-, se deleita en los insultos del diablo, que presenta falsas fantasías. Así es engañada y corre hacia el mal como si fuera el bien… [y] confunde sus cálculos con la imaginación del insulto demoníaco” (Osiou Hesychiou, Pros Theodoulon, pg’). Las imaginaciones demoníacas tienen un efecto muy dañino en el alma, porque despiertan en ella la inclinación al pecado. Si, de hecho, son frecuentes, pueden dañarla grave e irreparablemente.

Aprendemos cómo el diablo actúa sobre los humanos a través del contacto directo del libro de Job (Job 1: 6-2: 8) y del relato evangélico de la mujer lisiada, que estuvo atada por el mal durante dieciocho años (Lucas 13 : 10-16). El contacto, el toque, por así decirlo, del demonio despierta pasiones carnales o provoca enfermedades que no se ven afectadas por los remedios humanos ordinarios.

Del libro: San Ignacio Briandchaninov, obispo del Cáucaso y el Mar Negro, Obras 5. Discurso sobre los espíritus – discurso sobre la muerte (fragmentos). Santo Monasterio de Parakletos, Oropos Attica 2014.